El jazz estaba íntimamente ligado a una forma de pensar y de vivir, a una literatura, y hasta a un argot muy peculiar. No había libros de texto, ni tecnología, los Real Books no se habían publicado todavía y el repertorio, los valores y las técnicas se transmitían de unos a otros de forma natural. Lo primordial era tener swing, dedicarse en cuerpo y alma, conocer muchas canciones y tocarlas en cualquier tono y, sobre todo, tener tu propia personalidad.
Uno de mis más admirados y queridos maestros, el pianista Barry Harris, fundó en Manhattan, en 1982, el Jazz Cultural Theatre, un centro cultural a la vez cabaret, dedicado al jazz. Era un local situado en la octava avenida, entre la 28 y la 29, uno de esos edificios típicos de ladrillo de Nueva York, con las escaleras de incendios. Tenía un escenario con un piano de cola y varios pianos en diferentes estados de conservación distribuidos por la sala, entre sillas, sofás, mesitas y cubos que recogían el agua que caía de las goteras del techo. El alumnado y el público era numeroso y muy variopinto: nos juntábamos gente de todas las edades, procedencias y orígenes musicales. Reinaba la armonía, el swing y el entusiasmo. Barry generaba un ambiente divertido y a la vez disciplinado, y pasábamos muchas horas practicando y tocando. Era una filosofía que de forma natural fomentaba la libertad, el trabajo colectivo y la teoría siempre al serviccomio de una música real y viva. Harris, que inventó su propio sistema para enseñar el bebop a principios de los años cincuenta, fue, posiblemente, el primer pedagogo de jazz.
El sistema de Harris, anterior a todo los métodos académicos actualmente establecidos, enseña el manejo de los fundamentos de la música y profundiza en las raíces del jazz: su ritmo, su repertorio y las aportaciones de sus grandes creadores e intérpretes. Fue estudiado por músicos legendarios como Joe Henderson, Yusef Lateef, Donald Byrd, Hugh Lawson, Kirk Lightsey, Paul Chambers y Charles McPherson entre otros.
Han pasado algunas décadas desde aquello, y la vida me ha traído a Bilbao. En mi memoria siempre ha permanecido esa experiencia y ese ambiente. Jazz Cultural Theatre of Bilbao es un homenaje a aquel lugar.
Desde la experiencia de toda mi vida profesional como pianista, director de banda y pedagogo, considero fundamental una vinculación muy cercana, incluso afectiva entre los propios músicos, el profesor y el alumno, el músico y el público. Y por supuesto un rigoroso y continuo trabajo del músico a nivel individual y muchas horas de estudio, ensayo y experimentación en equipo.
Hoy en día existe variada oferta de enseñanza de jazz. Desde Jazz Cultural Theatre nos cuestionamos si realmente es necesario tanto despliegue de espacio, publicaciones, tecnología e informática para llevar a cabo un aprendizaje del jazz en profundidad. Nuestro primer objetivo es que el alumno se enamore del jazz y que se vuelva emprendedor e investigador en su estudio. Que beba de las fuentes originarias y que estudie la tradición. Fomentamos el trabajo colectivo para inculcar en los alumnos valores esenciales como la interacción, la paciencia y la atenta escucha al otro con la intención de forjar amistades y colaboración entre los alumnos y futuros profesionales.
En otros tiempos se hacían maravillas con un piano, un magnetofón, una pizarra, papel pautado y unos lápices con goma. Sin descartar el soporte de algunos medios modernos, pretendemos crear un espacio lleno de contenido jazzístico y humano. En lugar de orientar el trabajo pedagógico hacia los exámenes y los títulos preferimos estimular la fuente más potente de motivación y de éxito en el empeño, el amor a la asignatura y las actuaciones en directo de alumnos.
La pedagogía me apasiona y disfruto con el reto de conectar con cada alumno para poderle guiar en su particular aprendizaje. Entre mis alumnos se encuentran personas de muy variadas edades, pianistas clásicos y de jazz, profesionales y aficionados, violinistas, contrabajistas y cantantes.